Hubo un momento, un corto espacio de tiempo, en
el que me dediqué a convencerme de que las personas pueden llegar a cambiar, en
vez de seguir contando estrellas, que es lo que mejor se me da. Ya sabes, no su aspecto, que es lo que menos
importa, sino sus errores, sus fallos, sus tonterías. E incluso yo intenté
hacer lo mismo, hasta que el esfuerzo acabó tirando todas mis ilusiones por la
borda. Porque tú no vas a cambiar. Porque yo no voy a cambiar. Y el mundo
seguirá dando vueltas, es más, a nadie le importa. Realmente cuesta creer que
haya tardado tanto en comprenderlo, tantas heridas que seguramente dejarán
huella. Tantas mentiras.
En
todos los cuentos que le leían había una princesa, una princesa atrapada en lo alto de una torre esperando a ser liberada
por su príncipe. Pero esta vez la princesa era ella. Esperó
y esperó, pero su príncipe nunca llegó a aparecer. También había
un lobo, un grande, feroz y cruel lobo.
Y desgraciadamente antes de que se diera cuenta le había arrebatado hasta su último aliento, el último latido de su corazón.
Aunque su corazón tuviera otro nombre, otro final, otro destino.
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